Esta mañana he leído una frase que una amiga me dijo en Facebook un día: que su vida, contada como un relato, parecería pseudociencia. Tal vez la frase no sea exacta pero nos sirve para empezar esta entrada.
La he leído mientras revisaba publicaciones mías antiguas en Facebook y aprovechaba para borrar un buen número de ellas. En la vida hay que poder desdecirse e incluso llevarse la contraria a uno mismo. Eliminar lo que una vez dijimos y decir otra cosa. Y no pasa nada. El sol seguirá saliendo.
Y es que justo leí esa frase de mi amiga Ana cuando el sol estaba saliendo. Tengo la inmensa suerte de poder ver salir el sol desde mi cocina. Ver salir el sol es un momento mágico, igual que verlo esconderse al final del día.
La frase en cuestión más la salida del sol (ni siquiera recuerdo cuál de las dos cosas ha sucedido primero, ni me importa) me ha hecho pensar en algo que ya he pensado otras veces (y que en realidad leí por ahí en alguna parte): ¿sabes a qué velocidad nos estamos moviendo? La pregunta me la he hecho a mí mismo pero también a toda la humanidad aunque no la hayan oído. Ahora te la hago a ti que lees esto.
Esa bolita amarilla que sale despacito de detrás de la montaña parece poca cosa. Quiero decir, son un puñado de segundos y ya. Pero si lo miramos desde otro punto de vista (pongamos desde un punto cualquiera en el universo, no sé, cerca de Marte, por ejemplo) veríamos un pedrusco enorme (la Tierra) moviéndose a una velocidad más que considerable. A toda hostia, vaya.
Y yo ahí, en mi cocina vestido de puro espanto (malla, camiseta, gorro) con un café en la mano y más sueño que otra cosa, y encima filosofando porque era domingo.
Y he reflexionado, ayudado por el segundo café (que suele seguir inmediatamente al primero, siempre) sobre esa frase y sobre la palabra pseudociencia. Como psicólogo, estoy familiarizado con ella. Como científico (que se supone que soy, tengo títulos que lo acreditan) también la conozco. Como profundo interesado en la parapsicología te podrás imaginar la de veces que la he oído. En fin, que la palabreja no es nueva para mí.
Y no me gusta.
Mi segundo café ha abierto un espacio de pura claridad mental y he alcanzado una conclusión que ya he alcanzado otras veces, con la salvedad de que hoy era domingo, iba en mallas, he visto salir el sol y he leído esa frase. Porque no te creas, eso es la creatividad: juntar cosas y confiar en que sirva para algo.
La nueva-vieja conclusión que he sacado es que todos vivimos una vida de pseudociencia. Sí, tú también. No estoy defendiendo la pseudociencia en su aplicación, vamos a llamar, práctica. Si tengo una infección me tomo un antibiótico, no rezo a la Luna. Pero, qué cojones, ¿es que no es maravilloso rezarle a la Luna, o cantarle, o hablar con ella?
Hay un término que en psicología muchos utilizan con profundo desprecio hacia otras personas: pensamiento mágico. No te voy a explicar lo que es; si tienes interés, búscalo en Internet. Pero por dar un mínimo apunte es creer que las cosas pasan por algo mágico (como que te curas la infección por encenderle una vela a la Luna). En realidad, es la atribución de significados y relaciones causales a cosas que no las tienen.
Más o menos, no tengo mucha idea tampoco. Yo soy psicólogo.
Así que en ese momento de gloriosa luz mental que he conseguido tras el segundo café he desechado la palabra pseudociencia de mi amiga Ana y la he cambiado por pensamiento mágico. Porque yo vivo en un mundo de magia y mi vida, como la de mi amiga, puede contarse como una historia de pensamiento mágico. Y la tuya también.
Vivo en la ciencia y tengo una “vida de ciencia”: mis antibióticos cuando hacen falta, mi quimio si tuviera cáncer, este ordenador con el que escribo, etc. Pero la magia late debajo, siempre, incansable. La ciencia me dice que la “salida” del sol no es tal: el sol no sale, sino que la Tierra gira y bla bla bla. Pero ese puñado de segundos mirando la salida del sol, y todo el remolino que eso provoca en mi alma, eso es magia. Y abrazo con decisión y por voluntad propia una vida de pensamiento mágico junto con la ciencia. Puedo sentir una plenitud total, un vacío de horror, un vértigo sin sentido y millones de cosas más cuando veo salir el sol mientras me tomo mi antibiótico con el segundo café.
O mientras le hablo a la Luna por las noches.
La gente cobarde busca subterfugios para alcanzar y vivir en ese pensamiento mágico, caminos disimulados (que no secundarios) que son aceptados socialmente y calman la angustia de las personas templadas. Por ejemplo, a través del arte. Arrebolarse con una pintura o emocionarse con una canción. O un paisaje. Decir “qué bonito” o “qué emocionante”. Todo muy comedido.
Porque decir en voz alta cuando vemos salir o ponerse el sol, o cuando vemos las estrellas, o un riachuelo o un pájaro que se posa en la ventana al lado nuestra, decir algo como “el profundo anhelo de mi vida que no logro identificar se llena con esto y confío en que hay algo oculto por ahí, en alguna parte, en todas partes, y me da igual entenderlo o no, pero joder todo tiene sentido o nada lo tiene” es de… pseudociencia, de pensamiento mágico.
Pues yo digo como dice mi amiga: quiero una vida de pensamiento mágico.