Voy a contaros un misterio que me ha sucedido de verdad: ha desaparecido una jarra.
Era un regalo de Navidad. Estaba en casa de mis padres. Abrí el paquete el 25, la estrené esa misma noche y al día siguiente la envolví para guardarla con las maletas de camino a casa. Pero cuando llegué y saqué todo delas bolsas, la jarra no estaba.
Llamé a mi madre y le pedí que mirase en la habitación porque tenía que estar ahí. Pero no estaba. Yo mientras revisé las bolsas vacías por si se había quedado en alguna, pero tampoco estaba. Llamé a mi madre de nuevo y le dije que mirase por todas partes: en el salón, en la cocina, incluso en la basura porque la había envuelto en papel y metido en una bolsa y quizás la habían tirado sin querer. Yo bajé a mirar en el coche por si se hubiera caído. Pero la jarra no apareció.
La jarra había desaparecido.
La historia podría acabar aquí, con un misterio sin resolver. Pero la trama continúa y al día siguiente de su desaparición la jarra apareció.
Estaba dentro de un paquete de cereales que había llevado y traído en el viaje. Eché la jarra en una bolsa y luego la cambié a la otra donde estaban los cereales y supongo que se coló dentro del paquete sin darme cuenta.
Como en las novelas, el misterio queda resuelto al final. Todo vuelve a su sitio. Pero la historia podría haber sido otra.
La jarra podría haber desaparecido realmente. ¿Y si no hubiera estado todo ese tiempo dentro del paquete de cereales ¿Y si no hubiera vuelto a aparecer? Imagina que mi madre levanta la casa entera y no encuentra la jarra. Imagina que yo hago lo mismo en mi casa y no aparece la jarra. Incluso llevo el coche a desmontarlo pieza a pieza y nada, no hay jarra.
A veces pasan cosas así. Pequeños misterios que, a diferencia de la desaparición de mi jarra, no se resuelven. Supongamos que mi jarra no hubiese aparecido. ¿Qué habría sucedido entonces?
La vida hubiera seguido, claro. Los días inmediatos a la desaparición seguiría preguntándome donde está la jarra sin hallar ninguna respuesta. Quizás en algún momento al azar, mientras hiciera cualquier cosa, volvería esa pregunta a mi mente como un fogonazo, como pulsar una tecla de un piano y nada más, sólo una, sin melodía. Una nota discordante, si quieres. Una imagen que no corresponde al flujo natural. Un recuerdo de un misterio que no se resolvió.
Ah, pero es que sería mucho más que eso.
Sería un recordatorio incómodo de que a veces la realidad es extraña. De que a veces se pierden cosas sin que haya una razón, suceden hechos que no entendemos o no encajan en la trama ordinaria de la vida. Y semanas después, o incluso meses, al acordarme de la jarra desaparecida, la vibración de esa nota discordante sacudiría todo mi cerebro y mi mente y a todo el universo porque un 26 de diciembre una jarra desapareció sin explicación en un mundo ordenado, racional, mecánico y positivista. Porque un día cualquiera lo extraño se coló en lo ordinario.
Y seguiría pasando el tiempo y ese día en que la jarra desapareció se convertiría en ese punto diminuto, ese pixel que se vuelve negro en la pantalla, que molesta al principio porque no podemos dejar de verlo pero que con el tiempo aprendemos a ignorar. Pero sigue ahí, y si fijamos la vista en él, si le prestamos atención, nos abre la puerta al vacío de lo extraño y lo irracional. Otra vez.
Y al recordar ese misterio no resuelto nos sentimos incómodos. Algo nos pellizca el estómago, la garganta decide que va a dejar pasar un poco menos de aire y no encontramos un punto seguro donde fijar la visa. Todo eso porque hace meses, o años, se perdió una jarra de un modo que no entendemos. O porque soñamos algo que luego se cumplió pero no se lo hemos contado a nadie. O porque una vez, estando solos en el salón, tuvimos la certeza de que no estábamos solos y había alguien allí. O porque una intuición nos golpeó la cabeza y tomamos una decisión correcta a última hora. Pequeños misterios que acostumbramos a ignorar mientras preferimos atender a los píxeles de la pantalla que sí están iluminados.
Pero la jarra ha aparecido. Y puedes seguir ignorando ese pixel muerto de tu pantalla. Todo está en orden de nuevo. Al menos hasta que desaparezca otra cosa de forma misteriosa, o hasta que aflojes las correas de tu mente y ella sola se vaya al punto oscuro. o hasta que leas una novela que te recuerde que pasan cosas misteriosas y extrañas.
Como jarras que desaparecen y no vuelven a aparecer, por ejemplo.