El otro día subí a la facultad a hacer magia. Digo subí porque la facultad está en una zona elevada de la ciudad, un bosque que rodea el monasterio de la Cartuja. Y digo magia porque fui a invocar las fuerzas más poderosas que existen en el universo, que son la imaginación y la propia magia.
Ahora mismo no estoy dando clase porque mi contrato acabó y mientras espero a que surja otra oportunidad similar aprovecho para hacer otras cosas para poder optar a mejores contratos. Todo esto es una magia bastante ordinaria y vulgar pero no por eso menos poderosa. No hay magia inocua.
Como digo, subí a hacer magia, pero no de la ordinaria. Lo que hice fue tomarme un café en la cafetería, saludar a Dani, Sofía y el otro camarero cuyo nombre no recuerdo ahora mismo. Hablé con todas las personas conocidas con las que me encontré y pasé por los laboratorios para comprobar que me tarjeta de acceso estaba operativa. Lo estaba. Tengo acceso a las tres habitaciones sin ventana que componen mi laboratorio.
Hablé con un estudiante del laboratorio de al lado. Hablamos sobre psicología y parapsicología. Nos tomamos un café, otro más.
¿Dónde está la magia en todo esto?
La facultad es para mí un lugar de poder. No digo que tenga poder mágico sino que para mí lo es. Yo soy el mago que acude, como lo hace el mago de una novela fantástica a las ruinas de un viejo templo, a invocar y movilizar las energías para mi beneficio. No hice ningún ritual ni entoné cánticos ni pronuncié hechizos. Solo estuve allí, hablando, paseando, tomando café y revisando el laboratorio. Diciéndole a la realidad (no sé bien qué es eso de la realidad, pero “tú me entiendes”) que esa era la meta, el camino: que yo pertenezco, al menos en parte, a ese lugar, a esa vida. Era un modo de llamarla, de convocar ese cauce en lugar de otro. La facultad, las escaleras, la cafetería, los árboles del bosque, el edificio de los laboratorios… todo conforma un lugar de poder.
Creo que hay cientos, miles, de lugares cotidianos de poder. Tú tendrás los tuyos como yo tengo los míos, y es muy probable que coincidamos en algunos. En las novelas no hay unas ruinas mágicas para cada mago. Las que están existen para todos: protagonista y antagonista, personajes que saben lo que son y otros que lo ignoran.
Identificar los lugares cotidianos de poder, los tuyos, es fácil: sólo tienes que ver qué sitios son especiales para ti, te hacen sentir distinto, mejor (recalco, mejor), más completo. Por ejemplo, otro lugar de poder para mí son las librerías. O los bosques.
Cuando estamos en esos lugares nos convertimos en esa versión diferente de quienes somos (o celebramos que ya somos eso). Transformamos la realidad indicándole lo que debe ser, no sea que se le olvide. No basta con ir a diario a una librería para ser escritor, por supuesto. Pero en ese lugar de poder convocamos las energías para que durante ese momento seamos escritores, o cocineros, o labriegos… lo que sea. Hacemos magia. Lanzamos un hechizo. Y lo repetimos cada vez que volvemos a ese sitio. Nos lo recordamos a nosotros y se lo recordamos al universo porque tiene poca memoria o tal vez demasiado trabajo, así que no está de más ayudarle un poco indicándole el camino que debe seguir, el camino de la realidad que debe concretar.