Hay dos tipos de laberintos.

Uno es el que habitualmente entendemos por laberinto: una trama de caminos con bifurcaciones en las que podemos perdernos si no elegimos la adecuada. Algunos caminos nos conducen a un callejón sin salida mientras que otros nos traen de vuelta a un punto anterior y hemos de descubrir la elección correcta en el nuevo intento.

Si la vida es un laberinto de este tipo nos vemos obligados a ir dejando marcas que nos sirvan para saber por dónde no hay que ir, qué caminos son los incorrectos, qué elecciones nos devuelven a un punto por el que ya hemos pasado. No sé qué podrían ser esas marcas, ese equivalente a una muesca en la pared del laberinto de piedra o un trozo de cuerda atado en una rama de un laberinto de setos. ¿Podrían ser recuerdos? ¿Odios? ¿Nostalgias? Tal vez patrones que repetimos: elecciones, reacciones, pensamientos. Pero somos una trampa andante: no podemos atarnos cuerdas en la mente que nos señalen que por ahí ya hemos pasado, que estamos cogiendo el sendero que antes hizo que nos perdiéramos.

Para eso tendríamos que observar nuestra forma de pensar. Tendríamos que ser capaces de vernos desde “fuera del laberinto”.

Decía que había dos tipos de laberintos. El otro tipo es uno en el que no te pierdes porque hay un sólo camino, que gira y se retuerce sobre sí mismo. No hay bifurcaciones. No hay elecciones. Sólo hay que seguir caminando. Caminas y caminas y tras cierto tiempo pasas muy cerca de donde estuviste en un momento anterior, hace un instante o hace ya mucho: ese otro sendero está al otro lado del muro o del seto, pero no vas a volver a pasar por él. Lo más probable es que tampoco reconozcas que estás al lado de un camino por el que ya pisaste hace tiempo. Pero estás tan cerca…

El primer tipo de laberinto nos acucia a buscar la salida. También no ofrece un sin fin de caminos secundarios, la oportunidad de perdernos, de desviarnos de la historia principal. A veces esas historias secundarias que no ayudan a avanzar hacia la meta nos ofrecen sus regalos. Una especie de viaje a Ítaca. Pérdidas de tiempo y de rumbo que nos llevan de nuevo a un punto anterior desde el cual volvemos a retomar el camino hacia la salida. Porque este tipo de laberintos, el de las elecciones correctas, el primero, implica que hay que salir de ellos.

El segundo tipo de laberinto carece de esas preocupaciones. Todos los senderos, el principal y el secundario, son el mismo. Quizás el problema de este tipo de laberinto sea precisamente que no puedes volver al camino que ya recorriste salvo que vayas hacia atrás. Este laberinto es sólo hacia delante, un adelante que gira y gira. Tal vez su principal enemigo sea el desánimo, el rendirte antes de alcanzar el final. Porque este laberinto implica que hay un final, como el otro, pero ese final suele estar en el centro y, por tanto, no se trata de salir sino de llegar. Tal vez ni de llegar, sino de avanzar.

No sé si todos queremos volver a caminos antiguos. Momentos pasados. Si la vida es un laberinto del primer tipo podemos hacerlo pero, ¿debemos? El campo donde jugabas de pequeño no es tan brillante como recordabas. Incluso los malos momentos se empeñan en diluirse y convertirse en acuarelas pálidas de lo que antes eran oleos de fuego. Si la vida es un laberinto del segundo tipo esos momentos del pasado nunca están a nuestro alcance. Podemos sentir que ahí al lado está el sendero que recorrimos la semana pasada, el año pasado, hace veinte años. Pero no podemos hollarlo de nuevo. Tocamos el muro de piedra deseando cruzarlo y volver, pero no podemos salvo que retrocedamos. Y retroceder en un laberinto de este tipo es algo ante lo que la mente y el cuerpo se rebelan porque llevamos ya tanto andado, hemos avanzado tanto…

Por tanto, aquí estamos. Avanzando. Avanzando en círculos, parándonos de vez en cuando, caminando hacia atrás a veces buscando grietas que nos lleven a otros momentos. Porque en esos caminos secundarios, en esos senderos pasados, en aquellos momentos pasados de nuestro laberinto particular se encuentran joyas de nuestra psique, momentos clave.

Yo no puedo volver atrás aunque a veces quiera. Avanzo por el laberinto de mi vida. Y no sé qué tipo de laberinto es, pero me devuelve a rutas, caminos y momentos de antes. Tal vez no sean los mismos. Tal vez el laberinto la vida (de la tuya, la mía, la de todos) sea en realidad una repetición de apenas tres o cuatro senderos que recorremos eternamente.

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