Leí una vez que los zorros recorren grandes distancias buscando un lugar nuevo, un espacio para ellos. Un territorio propio. Lo hacen solos, no van en manada. Me imagino cómo debe ser ese viaje, tan largo y en soledad. ¿Cómo sabe un zorro cuando ha llegado a su destino?
Prefiero imaginarme ese viaje como un deambular continuo, donde todos los lugares están bien, tienen algo que ofrecer; y si no lo tienen o cuando se acaba lo que ofrecen, entonces continuar el camino hacia otro lugar.
No creo que los zorros sigan un camino como tal en ese viaje. No es que lo sepa con certeza, es que me cuesta imaginar a un zorro con un mapa que le indique qué sendero debe seguir y cuál debe ignorar. Me atrevo a pensar que el mapa lo componen su intuición, su olfato, las estrellas y la suerte. El mapa se despliega a la vez que lo hace el territorio.
Lo que sí tengo claro es lo que buscan los zorros en ese viaje. Lo tengo claro porque quiero, por elección propia, porque yo lo decido. Igual que cuando viajamos deambulando y guiándonos por las estrellas o los vientos: hay que decidir.
Los zorros son astutos, embusteros, tramposos. Esa es su fama y no es del todo mentira. También son inteligentes, divertidos y pueden ver cosas que nosotros no podemos ver. Tal vez sea porque son animales nocturnos sobre todo, y de noche todo se ve mucho mejor. Leí no recuerdo donde que el estado natural del Universo es la oscuridad, que la luz es una excepción. Las cosas que brillan, los indicios o las estrellas son visibles en esa oscuridad. Bajo la luz del sol, en nuestro caso, las estrellas desaparecen, las sombras son artificiales. Los zorros prefieren la oscuridad o el amanecer y el atardecer. Esas son horas mágicas, sin duda. Esto lo sé, no tengo duda alguna. No se trata de una cuestión de disponer de pruebas, se trata de saber. ¿Nunca has tenido esa sensación, esa experiencia? Saber algo, como yo sé que esos minutos en los que el sol sale y se pone son momentos de magia.
Los zorros te muestran respuestas no de forma clara sino a través del juego. Imagina cómo tiene que ser viajar con un zorro. No están preocupados por ser líderes, no que yo sepa. Acuden a ti como el viento, sin que lo llames y sin que puedas evitarlo. Puedes guarecerte pero el viento se cuela por las rendijas o te espera golpeando con suavidad el muro tras el que te escondes. Y como viene se va: a veces antes de lo que quisieras y otras veces mucho más tarde.
Sé por qué viajan los zorros. Una de las razones es porque no necesitan ir a ningún sitio en realidad. Son un poco como el viento: deambulan. Otra razón es porque no pueden evitarlo, supongo. Cuando vives entre el acertijo y la astucia, entre la noche y la claridad lo mejor que puedes hacer es moverte, danzar, avanzar. ¿Hacia dónde? No importa: el viento y la oscuridad te sugerirán direcciones. Los zorros son guías en sí mismos así que no pueden perderse. O sí pueden, pero no de la forma que tú crees, no del modo que significa perderse para ti. Los zorros están conectados con el más allá, con esos otros lugares cercanos pero alejados, inaprehensibles pero que nos calan como una lluvia fina, sin que nos demos cuenta. Por todo eso, entre otras cosas, viajan los zorros.
A veces viajar no es ir sino moverse. No se trata siempre de llegar sino de salir. O simplemente de caminar. De deambular. “No todos los que deambulan están perdidos” decía Gandalf el Mago. Pero sí sucede que a veces deambulamos porque estamos perdidos, y el mejor lugar para encontrarse es emprender el viaje del zorro. Avanzar guiados por la intuición y las pistas en el viento, las estrellas o las marcas del camino. Ser tu propio guía. Otros podrán acompañarte y tú podrás acompañar a otros pero a los destinos y los caminos les ocurren como al viento, vienen y se van, se unen y se separan. El viaje del zorro es individual: son tus pistas, tu viento, tus estrellas.
Compartimos lo que nos rodea pero no significa lo mismo para cada uno. A veces los zorros se reúnen en torno a fogatas nocturnas con otras criaturas, naturales y sobrenaturales, y hablan. Esto no sé si es verdad pero como me gusta lo voy a dar por cierto. Intercambian cuentos, anécdotas y experiencias, pero luego todos miran al fuego y reconstruyen sus territorios internos a la propia medida. ¿Nunca has estado en torno a una hoguera con más personas? Sí, eso es lo que sucede, me atrevo a decir que siempre.
El viaje del zorro empieza en cualquier momento. Este mismo, ahora mismo. Cualquier momento es tan bueno como otro para empezar. Como dice Clive Barker en Sortilegio: “Nada empieza nunca. No hay un primer momento, no hay una única palabra o lugar de los cuales esta historia o cualquier otra brote”. Así que este momento es tan bueno como cualquier otro para empezar el viaje. Mira a tu alrededor con algo más que los ojos. Mira en tu interior. No hace falta estar preparado para emprender el viaje del zorro: para este viaje uno se prepara por el camino y ni eso, no se prepara, porque prepararse es suponer que sabemos lo que va a venir y no lo sabemos. Estate presto para mirar las estrellas y las nubes, para seguir las pistas evidentes y sutiles, para oír historias, para contar historias, para sentarte cuando estés cansado y avanzar cuando recuperes las fuerzas. Para no tener guía sino ser tu propio guía, y desde luego para no guiar a otros. El territorio es para todos y cada cual emprende y sigue su camino.
Leí una vez que los zorros recorren grandes distancias buscando un territorio propio. Supongo que hasta que lo encuentres todo lo que recorras te pertenece.